Ya no le tenemos miedo a los cementerios, ni a los santos o muertos de celebrar, ni mucho menos a los bichos nocturnos de Halloween. Ahora da mucho más miedo la situación de desgracia económica y crisis desmesurada en la que estamos inmersos.
Y no es que nos dé miedo, es que nos da terror, pavor absoluto, porque nuestros salvadores, nuestros políticos, forman parte inconfundible de la fiesta. No son salvadores, sino los peores monstruos, los protagonistas de nuestra pesadilla económica.
Nos atraen como a Hánsel y Grétel a su casa de chocolate, para endosarnos luego la doblada, por cuatro partes, sin vaselina ni nada, y hasta el fondo. Les votamos sin miedo, con fiesta y jolgorio, para luego darnos cuenta de la mentira, y saber que vamos a ser comidos por la bruja, previo asarnos, como a pavos (o a primos, que es lo que somos) en los hornos del fracaso político y, sobretodo, social.